domingo, 22 de diciembre de 2019

Un par de palabras

274. Doscientas setenta y cuatro. Dos, siete, cuatro. El número de veces que ella se había reído a carcajadas con algo que había dicho él. Pero me gustaría, señores lectores de este corto relato, que no cedan ante la tentación fácil de creer que Nicolás solo la había visto 274 veces antes de pensar el par de palabras, de sentirlas, de decidirse a sí mismo que era hora de dejarlas bajar como gota de agua, que empieza en la montaña para unirse con el mar.

No. Desde que la conoció por primera vez y amaneció repartiendo su mirada entre ella y un mar que se hacía más claro según pasaban los minutos, habían pasado cuatro años, once meses y dieciocho días, o 59 meses y 18 días, o 1813 días, si así lo prefieren ustedes, estimados lectores. 1813 días de preguntarse de dónde viene este extraño deseo, quién es este extraño individuo que llega para apropiarse de mis pensamientos y mi voluntad; y qué son estas ganas incontenibles de gritarle al mundo un par de palabras.

59 meses y 18 días de construir en su cabeza una cabaña pequeña de pocas paredes y ventanales grandes con vista preferencial al lago en el que vendrían a visitarlos cada diciembre Antonia, David, sus respectivas parejas y tres nietos insoportables, pero bienintencionados, que ella sabría mimar, cuidar y tranquilizar mejor que él. No se puede negar, ella siempre fue mejor con los niños que él.

Cuatro años, once meses y dieciocho días a su lado. Caminando, pensando, leyendo, mirando, abrazando, escuchando, escalando, corriendo, bailando, jugando, diciendo, peleando, gritando, perdonando, limpiando, dañando, creciendo, follando, recordando y olvidando a su lado.

1813 días, que, gracias a los compromisos ineludibles que presenta la vida, habían pasado a ser esas 274 carcajadas provocadas por él. A ser esa cabaña de ventanales grandes con vista al lago, a ser Antonia, David con sus parejas y los nietos insoportables pero bienintencionados. A ser tantos verbos conjugados en gerundio junto a ella. A ser todo eso que se materializaba en esas dos palabras que ya se encontraban más preparadas para salir. A ser en su cabeza un sí, sí: yes to all of that, a todo eso, a tudo isso, a tot això, però potser no amb tu.

Dos palabras que por fin deja escapar una tarde de invierno otoño de 1976. Tras volver de escalar un rato una montaña que del otro lado tiene un lago con espacios prometedores que despertaron su ilusión, ya de vuelta en casa, la mira a los ojos y sin más preámbulos escupe las dos (sabrán disculpar ustedes tanto rollo, señores lectores, para llegar hasta las dichosas) palabras: me voy.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario