sábado, 5 de diciembre de 2020

Cosas que pueden pasar (y pasan) en un año

En un año pueden pasar (y pasan) muchas cosas. Pasa que un día, escuchas en una clase una voz que te llama la atención, con un comentario que te hace querer voltear a mirarle la cara a la dueña de esa voz. Pasa que la conocen y te llama positivamente más la atención entre más la conoces. Pasa que un día, con más alcohol en la cabeza del que se puede considerar prudente, decides lanzarte al agua y decirle que te gusta, que te atrae, que eres su fan, que.. ¿por qué no nos vemos mañana en la noche? Pasa que salen, que la escuchas y te escucha, que te empieza a gustar con mayor intensidad. Pasa que sin darte cuenta la empiezas a querer, que se empiezan a ver con más frecuencia. Pasa que en un año, un virus puede cambiar la vida de todo el mundo, pero que ella cambia tu mundo más que la pandemia más grande. Pasa que encuentras a alguien que te mira con los ojos que nadie más te ve, con los ojos que no te miras ni tú mismo. Pasa también que esa persona te dice que le gusta tu mirada, aunque no tengas los ojos lindos, que la belleza que ve es simplemente el reflejo del amor que sientes por ella, de lo mucho que te inspira, de la benevolencia que encuentras en su corazón, de la sinceridad que tienen esas personas que son verdaderamente buenas. Pasa que un día ves una foto tuya y estás sonriendo con tu sonrisa de verdad. Pasa que en un año te puedes enamorar profundamente de una churquita divina, brillante, "alegre y sencilla" y que juntos dejan que crezca el amor más rápido que el pelo. ····· Déjeme decirle, señorita Cipriani, que la encuentro increíblemente guapa, que encuentro su inteligencia admirable, pero que más allá de todo eso, admiro la bondad con la que decide afrontar la vida. Que la quiero como no he querido, que también me gustaría que usted pudiera verse a través de mis ojos. Que quiero seguir haciendo con usted planes para el presente, planes para el futuro y cosas tanto apropiadas, como inapropiadas. ····· Love, el teu scoiattolo.🐿

domingo, 22 de diciembre de 2019

Un par de palabras

274. Doscientas setenta y cuatro. Dos, siete, cuatro. El número de veces que ella se había reído a carcajadas con algo que había dicho él. Pero me gustaría, señores lectores de este corto relato, que no cedan ante la tentación fácil de creer que Nicolás solo la había visto 274 veces antes de pensar el par de palabras, de sentirlas, de decidirse a sí mismo que era hora de dejarlas bajar como gota de agua, que empieza en la montaña para unirse con el mar.

No. Desde que la conoció por primera vez y amaneció repartiendo su mirada entre ella y un mar que se hacía más claro según pasaban los minutos, habían pasado cuatro años, once meses y dieciocho días, o 59 meses y 18 días, o 1813 días, si así lo prefieren ustedes, estimados lectores. 1813 días de preguntarse de dónde viene este extraño deseo, quién es este extraño individuo que llega para apropiarse de mis pensamientos y mi voluntad; y qué son estas ganas incontenibles de gritarle al mundo un par de palabras.

59 meses y 18 días de construir en su cabeza una cabaña pequeña de pocas paredes y ventanales grandes con vista preferencial al lago en el que vendrían a visitarlos cada diciembre Antonia, David, sus respectivas parejas y tres nietos insoportables, pero bienintencionados, que ella sabría mimar, cuidar y tranquilizar mejor que él. No se puede negar, ella siempre fue mejor con los niños que él.

Cuatro años, once meses y dieciocho días a su lado. Caminando, pensando, leyendo, mirando, abrazando, escuchando, escalando, corriendo, bailando, jugando, diciendo, peleando, gritando, perdonando, limpiando, dañando, creciendo, follando, recordando y olvidando a su lado.

1813 días, que, gracias a los compromisos ineludibles que presenta la vida, habían pasado a ser esas 274 carcajadas provocadas por él. A ser esa cabaña de ventanales grandes con vista al lago, a ser Antonia, David con sus parejas y los nietos insoportables pero bienintencionados. A ser tantos verbos conjugados en gerundio junto a ella. A ser todo eso que se materializaba en esas dos palabras que ya se encontraban más preparadas para salir. A ser en su cabeza un sí, sí: yes to all of that, a todo eso, a tudo isso, a tot això, però potser no amb tu.

Dos palabras que por fin deja escapar una tarde de invierno otoño de 1976. Tras volver de escalar un rato una montaña que del otro lado tiene un lago con espacios prometedores que despertaron su ilusión, ya de vuelta en casa, la mira a los ojos y sin más preámbulos escupe las dos (sabrán disculpar ustedes tanto rollo, señores lectores, para llegar hasta las dichosas) palabras: me voy.

martes, 6 de noviembre de 2018

Ya encontraremos el tiempo...

Y capaz que no fui lo suficientemente valiente para contestar tu pregunta de frente, o en un chat de esos de mierda. Sí. Te deseo. Te deseo hace mucho tiempo. Sé que en cierta medida me has deseado o me deseas también.

Al cuerno con las profecías, al cuerno con el destino. El destino somos nosotros. Los espacios los haremos juntos, los espacios los inventaremos desde cero si hace falta.

Solo importa el tiempo. Y yo sé, porque quiero que así sea, que ya encontraremos el tiempo de estar juntos. Ya encontraremos el tiempo de hacernos compañía. Ya encontraré en mí mismo lo que sé que solo una persona como tú puede sacar. Ya encontraremos el tiempo de darnos esa oportunidad, de protagonizar juntos, sobre un escenario hasta ahora indefinido, esa obra de teatro que dure para siempre.

Que sepas que de tanto en tanto pienso en ti con una intensidad que aturde.

Si quieres que salga el sol, antes deberá hacerse de noche

jueves, 18 de octubre de 2018

Un poema en español y dos en inglés

Hola. Les declamo tres poemas. Uno de Walt Whitman. Otro de Derek Walcott. Y un tercero de Eugenio Montejo.

Song of Myself - Walt Whitman



Love After Love - Derek Walcott



Lo Nuestro - Eugenio Montejo


martes, 8 de mayo de 2018

Fotos viejas, culpas, recuerdos bonitos y una falta de timing la hijueputa.

Me sacaste una foto hace seis o siete años. Recuerdo la escena como si el que hubiera capturado el momento hubiese sido yo. Acababa de estar en el salón de matemáticas tomándole yo una foto al grupo más avanzado, cuando sin preguntarme, me apuntaste con tu cámara (como tantas otras veces) y esbocé una mueca.

Siempre me ha gustado eso de ti. En este momento y en esta tierra que nos tocó habitar, el postureo manda y las fotos chéveres para las redes sociales son moneda de cambio. Para ti no. Siento que esa cámara Canon que tienes casi desde que te conozco ha capturado más caras desprevenidas que paisajes, que la mayoría de fotos que ha tomado no están en Instagram, que prefiere las fotos en las que el sujeto no posa deliberadamente por tratarse de una fecha especial o de un fondo que vale la pena recordar.

Lamento que ese artefacto no capture más mis gestos. Es mi culpa, a fin de cuentas, pero eso no lo hace menos penoso. Pasa que en lo que llevo de vida el timing nunca ha sido mi fuerte. Pasa que sé que, aunque entonces tuviera intenciones de sacarme del pecho mil palabras que tendrían que haberse dicho en otro momento, actué de una manera obstinada que te quitó una de las cosas más bonitas que tenía nuestra relación. Por mostrarme como un loco desesperado, por no saber guardarme una carta y un paraguas y por dejar salir las palabras equivocadas en el calor de una discusión, perdimos la comodidad que sentíamos estando cerca el uno del otro. Dejamos morir esa naturalidad y esa seguridad mutua que solo dan los años, las experiencias y las historias compartidas.

Procuro no pensar mucho en esa noche. Si te soy sincero, creo que tengo el episodio bastante sacado de mi sistema. Escribo esto desde la tranquilidad que brinda saber que la mayoría de recuerdos que tengo de ti son recuerdos bonitos. Escribo estas palabras con pleno conocimiento de que no vale la pena viajar a los primeros meses de aquel año, y hacer las cosas de manera diferente, porque a pesar de ser animales nostálgicos, entendemos que la vida no consiste en preguntarse “qué hubiera sido” sino de hacer una evaluación crónica de las cosas que pasan. Se trata de entender qué ha sido, qué fue, qué podemos olvidar y qué podemos aprender de ese pasado en constante expansión.

Algún día me gustaría que tus álbumes de fotos tengan una versión más reciente de mi cara, con alguna mueca nueva quizás o probando una cerveza desconocida hasta ese momento. Habrá que ver cómo se dan las cosas. Por ahora solo me quedo con esa pequeña esperanza bonita de saber que sigo haciendo parte de ellos.

Haces falta en mi rollo de fotos, en mi grupo de personas con quienes tomar café y en mi lista de llamadas recientes.

PD. Pase lo que pase, espera de mí al menos un mensaje de saludo el día de tu cumpleaños. Me hiciste sentir muy bien cada 5 de febrero durante muchos años. Por eso, aunque no hablemos, me nace escribirte cada vez que llega ese día para ti.