No. Desde que la conoció por primera vez y amaneció repartiendo su mirada entre ella y un mar que se hacía más claro según pasaban los minutos, habían pasado cuatro años, once meses y dieciocho días, o 59 meses y 18 días, o 1813 días, si así lo prefieren ustedes, estimados lectores. 1813 días de preguntarse de dónde viene este extraño deseo, quién es este extraño individuo que llega para apropiarse de mis pensamientos y mi voluntad; y qué son estas ganas incontenibles de gritarle al mundo un par de palabras.
59 meses y 18 días de construir en su cabeza una cabaña pequeña de pocas paredes y ventanales grandes con vista preferencial al lago en el que vendrían a visitarlos cada diciembre Antonia, David, sus respectivas parejas y tres nietos insoportables, pero bienintencionados, que ella sabría mimar, cuidar y tranquilizar mejor que él. No se puede negar, ella siempre fue mejor con los niños que él.
Cuatro años, once meses y dieciocho días a su lado. Caminando, pensando, leyendo, mirando, abrazando, escuchando, escalando, corriendo, bailando, jugando, diciendo, peleando, gritando, perdonando, limpiando, dañando, creciendo, follando, recordando y olvidando a su lado.
1813 días, que, gracias a los compromisos ineludibles que presenta la vida, habían pasado a ser esas 274 carcajadas provocadas por él. A ser esa cabaña de ventanales grandes con vista al lago, a ser Antonia, David con sus parejas y los nietos insoportables pero bienintencionados. A ser tantos verbos conjugados en gerundio junto a ella. A ser todo eso que se materializaba en esas dos palabras que ya se encontraban más preparadas para salir. A ser en su cabeza un sí, sí: yes to all of that, a todo eso, a tudo isso, a tot això, però potser no amb tu.
Dos palabras que por fin deja escapar una tarde de