lunes, 15 de septiembre de 2014

Mi primer Rock al Parque



Son las 11:50 de la noche, estoy echado en mi cama. Un cuadro de los Beatles cuelga sobre mi cabeza mientras yo me siento físicamente agotado, emocionalmente sorprendido y olfativamente apestoso. Hago el esfuerzo más grande que he hecho en mi vida para levantarme, salir del cuarto y cepillarme los dientes. Mientras me miro al espejo con los ojos a medio abrir, recuerdo todos los momentos que he vivido hoy. Desconecto del laptop la memoria de C-3PO que me dio mi hermana de navidad y me lo llevo a mi cama, para escribir este párrafo. Mañana hay que madrugar a clase de 7, me voy a dormir. 
  


Abro los ojos un poquito, estiro el brazo para mirar el reloj del celular y las notificaciones. 7 y 14 de la mañana, 2 notificaciones de Snapchat, nada importante. Escribo a Pedro, un viejo amigo para coordinar la hora y lugar de encuentro y me vuelvo a dormir un par de horas más, nada de nervios, relajado. A las 11 y 20 suena el móvil, es Pedro por Whatsapp:

-Kiúbole 11:14
-Ole ✓✓
-Esté bañado y listo porque en cualquier momento le digo caiga o llegue a algún lado 11:15


Me entro a bañar, me cambio y desayuno un sándwich, por aquello de estar listo. Me siento frente al televisor con alguna esperanza de que la maratón de los Simpsons no haya acabado aún, pero es demasiado tarde. A eso de las doce vuelve a sonar el teléfono, lucecita verde de nuevo, whatsapp.  

-Rafa la primera banda que vamos a ver es Cultura Profética, tocan a las 2:15, si quiere almuerce y llegue a mi casa. 12:09 
-Acuérdese: No traiga correa y si tiene las llaves en llaverito, tampoco el llavero. 12:10

Después de preguntar cómo debo ir vestido (qué primiparada, no) y de quitar el llavero de Darth Vader de mis llaves de la casa, me dirijo a la cocina y me preparo una sopa de tomate. Toco en el apartamento  de Aquiles, mi vecino. Abre y le pregunto si me puede llevar a casa de Pedro, asiente y me lleva media hora después. Paso 20 minutos donde Pedro, esperando a uno de sus amigos mientras nos bajamos una cerveza (qué lindo que es tomar un lunes festivo) y salimos para el parque Simón Bolivar en un bus que en el cartón de adelante dice Calle 68. Caminamos 15 minutos para llegar hasta el destino final y cuando llegamos ya está tocando Cultura Profética, ya ha iniciado Rock al Parque 2014 para mí.

No me gusta demasiado salir de rumba, hay demasiada gente y todos suelen estar borrachos, algunos incluso fuman marihuana durante las noches de rumba. No soporto el calor humano ni los tumultos, o “chichoneras”, como le dicen mis papás. No tengo idea de lo que se viene. 

Nunca había visto tanta hierba (ni gente) junta, ni siquiera en aquel concierto de Paul McCartney que aún describo como uno de los mejores días de mi vida. Es curiosa mi  relación con la hierba, tengo amigos que fuman casi todos los días y los he acompañado muchas veces, pero no me llama la atención. Huele a orégano seco en la plaza principal y venden “cigarrillos para subir la traba, bonbonbumes para bajarla”. El vocalista de la banda puertorriqueña que está tocando empieza a tocar Saca, prende y sorprende y las nubecitas de humo que salen hacia arriba se duplican, hasta Pedro saca un porro y se lo fuma también. La gente comienza a bailar, todos muy relajados, hay muchos pero se puede uno mover con normalidad. 

Termina “Cultura” y nos vamos a ver a otra tarima a la Colombian Blues Society. En el escenario Eco, hay mucha menos gente, el ambiente es otro y la música es diferente. También hay mucha mota, pero la mayoría de gente está ahí para descansar de estar parados y se recuestan a pastear como vacas, como estudiantes universitarios, como obreros a la hora del almuerzo antes de echarse un picaíto. Me paro a grabar una de las canciones y tomo un par de fotos antes de acostarme en el suelo a dormir 15 minutos. Nos ataca el hambre, a mí también y eso que no fumo, debe ser el humo (creo que tengo la Munchies light). Pedimos tres sándwiches de jamón serrano con tomate y nos dan tres sándwiches de tomate con medio bocado de jamón que no me sorprendería fuera traído directamente de Madrid, Cundinamarca. 

Nos regresamos al escenario principal del parque y ya ha comenzado No Te Va Gustar,  que irónicamente sí me gusta, mucho. Siento que no hice bien la tarea, porque solo me sé 4 canciones de NTVG y de esas solo tocan tres. Hay un tipo muy alto del que todos nos reímos porque no nos deja ver. Él se ríe también y le dice a una de las personas del grupo de al lado lo que sucede en el escenario, en tono de chiste.
-El guitarrista está dando vueltas. Yo le cuento qué pasa, relajado.
Cuando se termina la banda que sí me gusta, la gente empieza a moverse en avalancha para adelante, esquivamos miles de personas y nos adelantamos como 50 metros, el tipo alto nos ayuda a tener referencia de dónde estábamos. 

Arranca el Dr. Krápula a tocar. Cuando era adolescente (hermosa etapa de la vida), disfrutaba mucho la música del doctor. No conocía su primera canción, no conocía sino una de las canciones de su show y otra la había oído en radio. Cuando se pone pesada la primera canción todos empiezan a saltar. No lo esperaba aún, me pego en la cara contra el hombro del amigo de Pedro. En aquel salto grupal siento de todo, uñas, piernas, codos, tetas, pipís, pompas de otros hombres, cabezas y hasta una puya, como un chinche tal vez. Después del primer coro, ya me sé parte de la  canción y la canto mientras gritan todos, saltan, se mueven, bailan todos, se vuelven uno, no hay clases durante ese coro, todos se mueven hacia el mismo sitio, todos se empujan, todos iguales. “Somos, el sol, el viento el mar, somos la tierra, que se levanta…”. 

Después de varias canciones sobre salvar el ambiente (pareciera que los de esa banda se hubieran quedado en un viaje de yajé), incluida “Salva la Seva Cumbia”, suena uno de sus temas más clásicos, “Para todos todo” y comienza la estampida. Casi me matan a codazos, patadas y golpes de hombro, estábamos casi adentro del pogo. Solo recuerdo una vez haber estado tan cerca de uno, tenía 12 años y me recibió alguien de 18 (y 40 cm más de estatura) con un puño en la cara, acabando así mi etapa de punkero en el colegio. Duró aproximadamente dos horas. Nos movemos a la derecha huyendo de los golpes cuando caemos en un hueco como de alcantarilla, casi me parto el pie, pero sigo estando bien, oliendo a pecueca y fastidiado por tanto contacto y calor humano, pero bien. 

-“¡Hola Rafa!”
-“Hola”
-“¿Qué se siente estar en nuestro grupo?”
-“Muchos nervios”

Molotov va como por su quinta canción cuando me alejan de Pedro y su amigo a punta de empujones. Quedé detrás de cuatro personas que estaban como en un círculo y cuando oyeron a Pedro preguntar por mí, decidieron saludar. La niña linda del grupo es la encargada de hablarme. Tiene una pinta muy relajada y una gorra puesta para atrás. Me coquetea pero veo que son dos hombres y dos mujeres, así que prefiero no buscar un problema, además soy muy nervioso. Hago un mal chiste para romper el hielo y me pregunto si lo entendieron, ojalá. Aprovecho el siguiente despelote de música rápida para volver a mi puesto. Fue durante la parte de Molotov que disfruté más del concierto, no estábamos tan en el centro entonces no había tanto tumulto de gente como antes y Pedro y su amigo habían fumado otro porro, así que estaban contentos y yo me uní a su alegría gritando cada canción. 

Terminan los de Molotov y la chica de la gorra se despide.
-“¡Chao Rafa!”
Supongo que le caí bien. Nos sentamos a esperar a Aterciopelados cuando me coge el sueño. Estaba agotado, las piernas me dolían de una manera exagerada y quería irme a mi casa, pero faltaban todavía emociones por vivir. 

Pasa un tipo con cara de angustia, pelo negro, largo y grasoso, chaqueta oscura y jeans rotos, con apariencia de viejos, gritando como loco:
-“¡Mi maleta! ¡Mi Maleeeetaaaaaa!, Perro, ¿Quién se llevó mi maleta?”
Cuando lo vi pasar me acordé del mito de la llorona que supuestamente gritaba "¡Mis hijos, mis hijos!¿dónde están mis hijos?"

Santiago Trujillo, el tipo que habla entre banda y banda nos habla sobre el respeto y la tolerancia (qué ironía decir eso después de ver varios pogos). Nos cuenta también que estamos rompiendo récord de asistencia en RaP. Por una parte ¡qué nervios ser parte de la historia de Bogotá! pero por otra parte, no entiendo cómo carajos pueden saber semejante dato, ¿por el aplausómetro acaso? Nadie nos contó al entrar y la entrada es libre, así que no hay boletas.  

Qué grande es Andrea Echeverri. Sale al escenario caminando, irradiando serenidad y entrega un espectáculo digno de haber cerrado el festival. La gente corea sus canciones y  la emoción surge cuando interpreta “Baracunatana”, gran cóver (la versión original es de Lisandro Meza, por si no lo saben). No sé mucho de los Aterciopelados pero gocé mucho la última parte de su show, aunque cuando se acabó ya no tenía ganas de estar parado por más de un minuto nunca en mi vida. 

No entiendo a los metaleros, o más bien no entiendo por qué no creamos un Metal al Parque en vez de inundar Rock al Parque de bandas de aquel género. Algunos desadaptados insultan a Ateriopelados, una de las bandas más grandes del Rock en Colombia en el festival de Rock más grande de Colombia. 
-“¿Qué es esta mierda? ¡Queremos a Anthrax!”
Es gracioso, cuanto mi papá crecía ántrax era una enfermedad, cuando yo crecía era una arma biológica y ahora me entero de que también es una banda de Trash metal o metal basura por su traducción al español. 

Nos salimos del escenario, en busca de algo para alimentarnos (si hubiera ido a Alimentarte, no tendría hambre, pero ya había probado varias comidas en el mismo sitio antes). Pasamos al lado de un señor que vende helados, pero el hambre es más grande que los helados. 
-“Chupe Paleta no Bareta". -corea el vendedor. 
Nos cagamos de risa y terminamos comiendo una especie de choripán, pero en vez de chorizo tenía churrasco y papitas trozadas por encima. Todavía no sé si fue el hambre del momento, pero qué rico que estaba el churraspán (no pun intended). Cuando acabamos, ya había comenzado Anthrax. 

Vemos a aquella banda desde muy lejos de la tarima y no pasa mayor cosa. Pedro se termina lo que queda de su porro y las personas mueven la cabeza para adelante y hacia atrás mirando hacia abajo. Veo personas montadas en las rejas de entrada al parque y la policía, que está a escasos metros no hace nada para bajarlos. Aquí la gente no le teme a la policía como en Ferguson, aquí la policía le tiene miedo a la gente, por lo menos a esta gente. 

Nos vamos después de pocas canciones para poder conseguir un taxi, pero después de caminar hasta el centro de alto rendimiento y de escuchar a la pareja que está adelante de nosotros pelear con 3 taxistas, no conseguimos uno. Así que pedimos un Über (como para que aquellos conductores de taxi que piden 30.000 pesos por llevarlo a su casa después de cualquier evento nos miren y se mueran de rabia). Se quedan Pedro y su amigo en casa del primero y yo sigo hacia mi apartamento. Édgar, el taxista (o überista, más bien) me pregunta por el festival y le cuento mis impresiones. 

-“Es como la rumba de esos manes, hay demasiada gente y todos suelen estar fumados, algunos incluso toman trago durante las noches de conciertos.”
-“¿Y volvería?”
-“Pues a mí no me gusta mucho ir de rumba, pero sí he rumbeado más de una vez. ¿Por qué no?”

Cuando llego a mi casa, miro el reloj del celular y son las 11:45. Estoy a punto de caer inconsciente sobre mi cama, estoy lleno de recuerdos y huelo a pelo de Chewbacca después de una batalla contra el imperio. Hago lo posible por no dormirme sabiendo que me tengo que lavar los dientes y que sería genial empezar a escribir ya. 

Por: Rafael Ortiz Zableh






jueves, 7 de agosto de 2014

Y pasan los días y pasan los años.

Si la ves, dile que ando enamorado, que nunca he sido tan feliz. Cuéntale que no la extraño hace mucho tiempo y que a duras penas recuerdo su nombre. De igual manera, coméntale que ando mejor que nunca, que soy como una estrella que no se apaga en ningún momento, que cada día encuentro más razones para vivir.

Que solo cuando duermo me pierden la pista, que soy el hombre menos amargado y el yerno que todas las madres quisieran tener. Dile que hace mucho no me ven tomando, que casi nunca estoy solo y que cada día soy más feliz.

Hazle saber por favor si la ves, que las cosas están muy bien, que no hay de que preocuparse.

Véndele todas estas ideas por favor, que no se entere nunca de la verdad.

lunes, 17 de marzo de 2014

Nicotina Digital

Cuando Jacobo Celnik, mi profesor de Redacción de Entrevista, nos propuso por primera vez el reto, se me hizo en extremo sencillo y lo tomé como un proyecto chico, para conseguir una nota fácil tal vez. Qué equivocado estaba, vivir sin redes sociales puede llegar a ser una odisea, un desafio de miedo, de verdadero terror. 

Para empezar, tengo que contarles mi nivel de adicción. Creo que de las 18 horas que paso despierto al día, tengo una pantalla frente a mi cara durante algo así como ocho. Yo ya no soy libre, ya no pertenezco a mí mismo, soy de Twitter, de Facebook, de Whatsapp y más recientemente de Snapchat. Mi teléfono, mi juguete preferido, tiene en la pantalla de inicio las aplicaciones que más uso, ¿Cuáles? Pues sí… Whatsapp, Facebook, Twitter y Snapchat. Mi cigarrillo preferido suele ser Twitter, cosa enviciante que es el pajarito azul. No trino en exceso, la verdad, solo me encanta estar mirando el Timeline todo el tiempo, es adictivo. De Facebook reviso el News Feed varias veces al día, pero lo uso más que nada para chatear por interno, como si fuera otro servicio de mensajería igual a Whatsapp y Snapchat, dulces Whatsapp y Snapchat… 
Las 8 primeras horas fueron bastante sencillas, pues estaba dormido. La noche anterior al primer día me acosté bastante temprano, no tenía ningún mensaje de redes sociales como para despedirme de ellas. Cuando desperté, ya tenía 6 textos acumulados en Whatsapp y antes de las 9 de la mañana, ya habría recibido otros tres. Esa noche soñé todo el día con esto, con cómo sería la abstinencia. Antes de comenzar le comenté del proyecto a mi novia y a mi madre, para que pudieran contactarme al celular por si acaso, pero no caí en cuenta de una cosa. Por primera vez en varios años, me quedé sin saldo para llamar desde el móvil. Cuando fui a enviarle un mensaje de texto a mi novia en la mañana, descubrí que sin saldo, no puedo enviar mensajes de texto tampoco. Muchas Gracias ETB y sus llamadas de 90 minutos peleando con servicio al cliente cada vez que falla el teléfono y el Internet. 

Para evitarme la tentación decidí esconder en una carpeta en mi celular las susodichas aplicaciones. Uno asegura no ser dependiente de la tecnología, hasta que deja de tener al alcance del pulgar el icono de Twitter. Apenas desbloqueo mi teléfono mi pulgar va automáticamente a un punto vacío en la pantalla de inicio donde alguna vez estuvo un pajarito de color celeste. Me río con un llanto un poco irónico al mismo tiempo. Esta reacción extraña me dura hasta que caigo en cuenta que estoy solo en la casa. y que parezco un maniático. Aprovecho que ya no me quitan tiempo las redes sociales y hago cada actividad del día con mayor calma, me cepillo los dientes más despacio, me toma un tiempo elegir que ponerme para ir a la universidad, y escribo estas palabras a una velocidad del 50 por ciento de lo que hago usualmente. Todo se va tornando muy calmado hasta que veo la luz, la jodida luz, es el LED que tiene mi móvil que me avisa las notificaciones. Azul… Rosado… Verde claro… Azul…Rosado… Verde Claro… El LED no alumbra rojo aún, nadie me ha llamado, tampoco alumbra blanco, no tengo mensajes de texto. 

Descubro que la comunicación era muy complicada antes de la llegada de los celulares, pues al no tener minutos no puedo llamar a mi amigo Federico, con quien iba a encontrarme para hacer un trabajo, lo busco por 15 minutos por toda la biblioteca hasta que consigo que alguien me preste el teléfono para poder llamarlo. La tranquilidad viene a mí cuando consigo hablar con mi novia, dejo de preocuparme por chatear, quizás no sea tan adicto a Whatsapp, quizás solo soy un poco adicto a hablar con ella. Después de eso, sucumbo a una de las aplicaciones sociales de mi móvil por primera vez, pues al no tener minutos no tengo como hablar con Luisa, con quien había quedado de jugar Squash en las horas de la tarde. Uso Snapchat, para evitar leer lo que ya enviaron por Whatsapp y me limito a mandarle una foto con texto a ella, pidiéndole que me llame para coordinar lo del partido. No terminamos jugando. 

Más tarde me llama Tomás y me invita a jugar fútbol 5 a las siete. El caso de Tomás es algo curioso, pues no tiene Smartphone y solo está en Facebook para comunicarse con las personas cuyos números de teléfono no tiene. Es él la prueba viviente de que las redes sociales no son tan necesarias como muchas veces pensamos. Cada vez estoy más convencido de que lo ideal no es estar totalmente desconectado, solo no dejar que nuestras vidas dependan de ello. 

El no tener minutos me ha hecho sacar lo mejor de mí, sacarle provecho a mi ingenio para poder comunicarme con las personas con las que necesito hablar. Me encuentro de igual manera reemplazando cosas, cambio Twitter por la radio (y por un CD de John Lennon que tenía tiempo acumulando polvo en mi carro), cambio Facebook por lecturas y cambio Whastapp por conversaciones frente a frente, pero el móvil no se calla. 

36 horas después de haber empezado este reto, tengo, según mis notificaciones, 29 mensajes de 10 conversaciones diferentes sin leer, pero el mundo no se ha acabado. Agarro el computador de nuevo y mi cerebro automáticamente clickea en la miniatura azul de las páginas frecuentemente visitadas que representa a Facebook. Cuatro notificaciones y un mensaje, no los he visto y, de nuevo, el mundo no se ha acabado. 



Me despierto 55 horas después de haber comenzado el reto. Tengo más de 50 mensajes sin leer en Whatsapp, pero no siento necesidad de abrirlos. Pocas personas se preocuparon realmente porque no contestara sus mensajes, ninguna persona se molestó. Es interesante hacer una reflexión, preguntarse quizás, ¿cuántas horas al día se gastan en redes sociales?. Lo ideal sería darle a las nuevas tecnologías los mismos conceptos que se tienen con cosas como el juego y el consumo de alcohol: Todo con moderación. 

jueves, 27 de febrero de 2014

El muchacho que solo sabía silbar

Sabía que el mundo era interesante, sabía que todo estaba lleno de vida, pero en su vereda no había nada, no se conocía de nada y no había más que tristezas. No le quedaba de otra que silbar, entonces silbaba. Y silbaba muchos vallenatos y cumbias que estaban de moda en la emisora local y silbaba boleros muy antiguos que había encontrado en un cassette viejo que había hallado en el cajón de recuerdos de su abuelo. Y silbaba solo en los campos vacíos y muertos que añoraban la lluvia.

Él había oído hablar de Cuba y de libertad, de caballos mecánicos gigantes en los que la gente con dinero se movía hacia su trabajo y había oído historias fantásticas como que el hombre se paraba en la luna y que existían naves gigantes que volaban en el espacio como en la guerra de las galaxias. Había visto tantos videocasetes cuando no estaba entregando cartas que ya no sabía qué era real y qué era de mentiras. 

Fumaba de puro hábito, pues no le gustaba el sabor del tabaco en su boca, pero de niño había visto a los grandes fumar toda la vida. Sentía que el mundo llegaba a su final hasta que llegó el primer aguacero de la temporada, y las campos volvieron a crecer y las personas volvieron a comer. 

Leía a Borges y a Cortazar, disfrutaba todas sus letras y le encantaba escribir también. Escribía de caballos mecánicos, de esos caballos mecánicos que veía en sus sueños y de aquel americano que alguna vez había pisado la luna. Escribía y silbaba, escribía y silbaba hasta que un día encontró un cuento, uno de Cortazar que encontró en un libro viejo que había llegado al pueblo en el biblioburro, “Fin del Mundo del Fin”. Y por miedo a que todo acabara, dejó de escribir y dejó de hacer basura también, pues eso le pareció que era importante (era un muchacho analítico). 

Y como dejó de escribir y como los libros, los cassettes y los filmes generaban muchos desechos, dejó de leer, escuchar y ver películas. Entonces envejeció muy rápido y como no quería ver y como no quería escuchar, se quedó toda la vida silbando boleros viejos que se había aprendido, y nunca volvió a escuchar y nunca volvió a ver nada. 

domingo, 23 de febrero de 2014

Del tamaño de un tuit o dos...

Él le escribía con pluma y ella a máquina de escribir. Se pensaban mutuamente y a los ojos de todo se estaban empezando a querer. Los dos sabían que se amaban pero andaban con miedo de contarse… Y al igual que en Rayuela, en algún momento “andaban sin buscarse, pero sabiendo que andaban para encontrarse”.

Sin motivo aparente, me encuentro sonriéndome a mí mismo con demasiada frecuencia.

lunes, 17 de febrero de 2014

La primera de una serie indefinida de cartas.

Febrero 17 de 2014

Hola amigo,

Tú no me conoces, pero yo sí sé quien eres. Te escribo esta carta porque te quiero preguntar un par de cosas.

¿Alguna vez has sentido que no quieres que un momento acabe nunca, pues aunque el momento no es el más especial, simplemente no quieres estar separado de una mujer?

¿No Te ha pasado que te encuentras abrumado por una sola persona, y todo lo que haces es pensando en ella, y todo lo que dices es pensando en ella?

¿Nunca te has sentido, amigo, como si nada, absolutamente nada en el mundo importara si estás a su lado, si la abrazas, si se besan?

Después de verla suelo manejar un trayecto de 20 kilómetros. Siempre he odiado ese trayecto, siempre aburrido, siempre llenó de carros. Pero ahora que estamos juntos se hace más corto, más ameno, más musical.

¿Eso nunca te ha pasado, amigo?

Como sea, gracias por leerme, pues aunque tú no me conozcas, sé que tratas de entenderme. Y tal vez, te has sentido igual que yo y quizás sí me conozcas un poco. 

I don't know why, but lately, I find myself singing silly love songs all the time.

martes, 4 de febrero de 2014

20 / Escribir sin inspiración

Alguien me aconsejó tratar de inscribir sin inspiración. Aquí va.

Es interesante mirar hacia atrás, pensar un poco en el pasado, recordar a las personas que marcaron mi vida. Demasiados vestigios que quisiera no tener y otros tantos momentos que quisiera poder recordar mejor. Muchos errores, muchas malas decisiones, muchas partes de mi vida en las que no fui la mejor versión de mí mismo. Pocos amores, mucho amor. Obsesiones y detalles que arruinaron lo que pudo haber sido un bonito recuerdo.

"Nunca te arrepientas, solo aprende de cada experiencia y repite las que valen la pena”. Me gustaría más que nada poder sentirme así, poder decir que no quisiera no haber hecho algunas cosas. Demasiados errores para poder decir que no me arrepiento de nada. Tú, que lees esto. Perdón si te hice daño.

Lo que estaba oyendo al escribir.

lunes, 20 de enero de 2014

Adiós

Me despido de tus mentiras y de tus abrazos, de tus ataques de celos y de la bonita manera en que tu cuerpo encajaba con el mío. Me despido de los encuentros esporádicos y de la forma curiosa que tienes de fingir. Te escribo a ti, médica, que nunca fuiste capaz de creer en mis palabras que piensas que todo lo que digo y todo lo que hago no es más que una obra de teatro. La verdadera talentosa eres tú, la que es capaz de encerrarme en el pasado con sus apariciones presentaciones, la que vende más tíquets para el espectáculo de sus ojos. Gracias por mostrarme quien realmente eres, gracias por darme el placer de saber que estás más linda que nunca pero que te falta pureza, te falta humildad y te sobra coraje. Adios a las manipulaciones y excusas tontas, ni tú ni yo seremos felices, pero lo que importa es lo que parezca. Fue todo muy lindo, las películas y canciones, las miradas y sonrisas y las promesas que nunca se van a cumplir. 

"Preferiría que estuvieras conmigo”. 

Sí, pero ¿Quieres?



Esto es lo último que te escribo Juli, de ahora en adelante dejaré que te escriba él. 


2 AM

Salto, charlo y discuto con mi hermano. Videojuegos, claro está, lo único que parece importarle a él. Me gustan, pero nunca he podido llegar a engancharme realmente con alguno. Miro a las perras de mi casa correr, ladrar y pelearse entre ellas mientras que seguimos saltando. No entiendo por qué, pero este momento se siente más real que ningún otro. Me limpió el sudor con la mano y pienso que tendré que cambiarme la camiseta roja del Atleti que tengo puesta, la roja de la celebración de la copa, con el 9 de Falcao atrás. Mientras saltamos me pregunto también por qué nunca he sido un fumador mientras sospecho que esta noche de estrellas sería el momento perfecto para un buen cigarrillo. Me intriga saber qué me traerá el futuro y me asusta la manera como las personas te pueden percibir tan bien sabiendo tan poco de ti. Paro de escribir, pues vuelvo a la tertulia de la madrugada con mi hermano. Saludos, colega. Que te vaya bien. 

Juguetes

A todos los quise mucho, en especial cuando no jugaba con ellos, porque la cabeza, más que el corazón funciona así. Todos somos niños inmaduros en el fondo, todos somos pruebas vivientes de la teoría del juguete.

A los 3 quise igual, y a veces los quise al mismo tiempo. Cuando uno está, es en los otros en los que pienso y cuando no está ninguno, mi egoísmo me obliga a buscar entrar de nuevo, porque no me basta hacer parte solo de mi vida, me gusta estar en la de ellos. Y a menudo me pregunto, en noches de lamentos y nostalgias ¿Qué carajo es el amor? Sé que siempre los he querido pero nunca he sabido si quiera por dónde empezar a responderme. 

A menudo pregunto cómo irán sus vidas, hay veces que envío mensajes, hay veces que me lo pregunto a mí mismo. Muchas veces he quedado esperando una respuesta, pero un poco de indiferencia es apenas predecible después de ser el máximo exponente de la teoría del juguete. 

Con el tiempo han venido otros juguetes, algunos me distraen más que otros, pero me aburro como cualquier niño de sus virtudes. Y me pierdo como sólo yo me sé perder. Sólo esos tres juguetes perduran, sólo esos tres han sobrevivido en los recuerdos de este niño cruel.

miércoles, 1 de enero de 2014

Segundos

Presientes su presencia, la conoces bien. Algún amigo te confirma que ahí está y te mueres un poco por dentro. La ves, se miran a los ojos y ese momento dura para siempre y como siempre, está con él.

Mírame los segundos que me tengas que ver para darte cuenta que ya no somos los mismos. Me matas, me asusto y me voy. Cálculo y pienso que ya no estás ahí. Vuelvo. Te encuentro en el mismo sitio, todavía  con él. Mis ojos no reflejan nada pero por dentro se está muriendo lo mejor de mí. Siempre te escribo a ti, pero nunca te he despertado la inspiración.

Nunca has creído en nada, pero pides  a todos los dioses que no la encuentres jamás, o sabes que la matarás, y ni ella ni tú quieren eso. La miras de nuevo, sabiendo que ya se acerca el nueve, sin saber si te quedan los suficientes cojones para hablarle ese día. Se miran de nuevo, esta vez como diciéndose que los dos no caben en el mismo pueblo. Sabes que alguien se tiene que ir; eres tú.