martes, 6 de noviembre de 2018

Ya encontraremos el tiempo...

Y capaz que no fui lo suficientemente valiente para contestar tu pregunta de frente, o en un chat de esos de mierda. Sí. Te deseo. Te deseo hace mucho tiempo. Sé que en cierta medida me has deseado o me deseas también.

Al cuerno con las profecías, al cuerno con el destino. El destino somos nosotros. Los espacios los haremos juntos, los espacios los inventaremos desde cero si hace falta.

Solo importa el tiempo. Y yo sé, porque quiero que así sea, que ya encontraremos el tiempo de estar juntos. Ya encontraremos el tiempo de hacernos compañía. Ya encontraré en mí mismo lo que sé que solo una persona como tú puede sacar. Ya encontraremos el tiempo de darnos esa oportunidad, de protagonizar juntos, sobre un escenario hasta ahora indefinido, esa obra de teatro que dure para siempre.

Que sepas que de tanto en tanto pienso en ti con una intensidad que aturde.

Si quieres que salga el sol, antes deberá hacerse de noche

jueves, 18 de octubre de 2018

Un poema en español y dos en inglés

Hola. Les declamo tres poemas. Uno de Walt Whitman. Otro de Derek Walcott. Y un tercero de Eugenio Montejo.

Song of Myself - Walt Whitman



Love After Love - Derek Walcott



Lo Nuestro - Eugenio Montejo


martes, 8 de mayo de 2018

Fotos viejas, culpas, recuerdos bonitos y una falta de timing la hijueputa.

Me sacaste una foto hace seis o siete años. Recuerdo la escena como si el que hubiera capturado el momento hubiese sido yo. Acababa de estar en el salón de matemáticas tomándole yo una foto al grupo más avanzado, cuando sin preguntarme, me apuntaste con tu cámara (como tantas otras veces) y esbocé una mueca.

Siempre me ha gustado eso de ti. En este momento y en esta tierra que nos tocó habitar, el postureo manda y las fotos chéveres para las redes sociales son moneda de cambio. Para ti no. Siento que esa cámara Canon que tienes casi desde que te conozco ha capturado más caras desprevenidas que paisajes, que la mayoría de fotos que ha tomado no están en Instagram, que prefiere las fotos en las que el sujeto no posa deliberadamente por tratarse de una fecha especial o de un fondo que vale la pena recordar.

Lamento que ese artefacto no capture más mis gestos. Es mi culpa, a fin de cuentas, pero eso no lo hace menos penoso. Pasa que en lo que llevo de vida el timing nunca ha sido mi fuerte. Pasa que sé que, aunque entonces tuviera intenciones de sacarme del pecho mil palabras que tendrían que haberse dicho en otro momento, actué de una manera obstinada que te quitó una de las cosas más bonitas que tenía nuestra relación. Por mostrarme como un loco desesperado, por no saber guardarme una carta y un paraguas y por dejar salir las palabras equivocadas en el calor de una discusión, perdimos la comodidad que sentíamos estando cerca el uno del otro. Dejamos morir esa naturalidad y esa seguridad mutua que solo dan los años, las experiencias y las historias compartidas.

Procuro no pensar mucho en esa noche. Si te soy sincero, creo que tengo el episodio bastante sacado de mi sistema. Escribo esto desde la tranquilidad que brinda saber que la mayoría de recuerdos que tengo de ti son recuerdos bonitos. Escribo estas palabras con pleno conocimiento de que no vale la pena viajar a los primeros meses de aquel año, y hacer las cosas de manera diferente, porque a pesar de ser animales nostálgicos, entendemos que la vida no consiste en preguntarse “qué hubiera sido” sino de hacer una evaluación crónica de las cosas que pasan. Se trata de entender qué ha sido, qué fue, qué podemos olvidar y qué podemos aprender de ese pasado en constante expansión.

Algún día me gustaría que tus álbumes de fotos tengan una versión más reciente de mi cara, con alguna mueca nueva quizás o probando una cerveza desconocida hasta ese momento. Habrá que ver cómo se dan las cosas. Por ahora solo me quedo con esa pequeña esperanza bonita de saber que sigo haciendo parte de ellos.

Haces falta en mi rollo de fotos, en mi grupo de personas con quienes tomar café y en mi lista de llamadas recientes.

PD. Pase lo que pase, espera de mí al menos un mensaje de saludo el día de tu cumpleaños. Me hiciste sentir muy bien cada 5 de febrero durante muchos años. Por eso, aunque no hablemos, me nace escribirte cada vez que llega ese día para ti.

martes, 16 de enero de 2018

Usted y él

Hace más de cinco años que no la veía. Antes de aquel encuentro efímero habían pasado no sé cuántos más. Digamos que tres, capaz que cuatro, no lo sé. Sigue igual usted. Con aquella mirada misteriosa tan suya, comienzan a volver a él una serie de recuerdos. 


Si pudiera descifrar qué se esconde detrás de sus ojos, lo entendería todo. Es que es justo allí, detrás de esos iris de tonos ocráceos que se encuentran las respuestas a todas sus preguntas.  


Es esa mirada casi pícara, esa sonrisa tímida, son aquellos rasgos simétricos de nariz y mejillas los mismos que lo acompañan al fondo de la cabeza desde hace tantos años. Las ondulaciones como oro quemado y viejo que luce usted hoy lo transportan a algunos de sus recuerdos más antiguos. Lo llevan a estar sentado en frente suyo una mañana, primero él abajo y usted arriba, luego al revés, como solía ser en esos juegos, mirándole los ojos y los rizos que en aquel momento eran más claros y tratando de comprender lo que sentía. Procurando entender qué era esta extraña sensación de querer compartir las tardes junto a usted.


El día en que le dijo su nombre por primera vez, aquel momento en el que vio que el papel plastificado que colgaba de sus cuellos era del mismo color, él recuerda que no pudo disimular la pequeña sonrisa que se le dibujó en la cara. Recuerda que en aquel entonces pocas cosas lo preocupaban. Su mayor anhelo era que pudieran conversar y así fue. Usted y él hablaron sobre la trascendencia de la vida sin saberlo. Se preguntaron solo con mirarse y se examinaron mutuamente sin decir nada. Después vinieron los abusos, las ganas que usted tenía por agobiarlo, por enviarle un mensaje con sus actos rebeldes, de decirle a su manera que lo aprobaba, que usted también tenía sensaciones que no conseguía encasillar. 


Pasa que pasan los años y él cambia, crece, corre, se deja la barba, se la afeita, se la vuelve a dejar crecer, se muda, viaja, conoce gente, explora, estudia, aprende y desaprende, se gradúa, repite el ciclo, se tatúa, olvida, se enamora (o eso cree en el momento), se equivoca y aprende a seguir adelante.

Pasa que pasan los años y usted se fue, volvió, cambió, sufrió, fumó, besó, disfrutó, descubrió, se enamoró de algún hombre (y de alguna mujer), conversó, convenció, peleó, perdió y ganó, hizo muchos de las cosas que él hizo también, pero en orden diferente.


Después desapareció.


Cuando él la recordaba, le inventaba historias y destinos; un pasado y un presente. No había manera de saber qué había sido de usted. Entonces recordaba esa vieja canción de Sabina que dice que “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. 


Pasa que pasa el tiempo y usted sigue estando allí. Muy adentro. Pasa que él recuerda los momentos que compartieron los dos. Aquellas mañanas corriendo en los jardines de un colegio, aquel beso robado a pocas calles de su casa, aquella noche en la que usted le mostró un tango, aquel momento sentados frente a frente en un restaurante de la ciudad que tienen en común. Aquella madrugada en que se cruzaron miradas por última vez. Aquel recuerdo inmediato de verle de nuevo así sea solo en una fotografía que anunciaba su regreso silencioso a las redes sociales, a través de la pantalla de su computador, sentado frente al escritorio de su despacho en Barcelona. 


Ahora él busca la manera adecuada de acabar el texto. No lo consigue. Quizá existe una razón. Le gusta pensar que se le hace difícil porque es imposible contar el final de un cuento que aún no termina.