jueves, 27 de febrero de 2014

El muchacho que solo sabía silbar

Sabía que el mundo era interesante, sabía que todo estaba lleno de vida, pero en su vereda no había nada, no se conocía de nada y no había más que tristezas. No le quedaba de otra que silbar, entonces silbaba. Y silbaba muchos vallenatos y cumbias que estaban de moda en la emisora local y silbaba boleros muy antiguos que había encontrado en un cassette viejo que había hallado en el cajón de recuerdos de su abuelo. Y silbaba solo en los campos vacíos y muertos que añoraban la lluvia.

Él había oído hablar de Cuba y de libertad, de caballos mecánicos gigantes en los que la gente con dinero se movía hacia su trabajo y había oído historias fantásticas como que el hombre se paraba en la luna y que existían naves gigantes que volaban en el espacio como en la guerra de las galaxias. Había visto tantos videocasetes cuando no estaba entregando cartas que ya no sabía qué era real y qué era de mentiras. 

Fumaba de puro hábito, pues no le gustaba el sabor del tabaco en su boca, pero de niño había visto a los grandes fumar toda la vida. Sentía que el mundo llegaba a su final hasta que llegó el primer aguacero de la temporada, y las campos volvieron a crecer y las personas volvieron a comer. 

Leía a Borges y a Cortazar, disfrutaba todas sus letras y le encantaba escribir también. Escribía de caballos mecánicos, de esos caballos mecánicos que veía en sus sueños y de aquel americano que alguna vez había pisado la luna. Escribía y silbaba, escribía y silbaba hasta que un día encontró un cuento, uno de Cortazar que encontró en un libro viejo que había llegado al pueblo en el biblioburro, “Fin del Mundo del Fin”. Y por miedo a que todo acabara, dejó de escribir y dejó de hacer basura también, pues eso le pareció que era importante (era un muchacho analítico). 

Y como dejó de escribir y como los libros, los cassettes y los filmes generaban muchos desechos, dejó de leer, escuchar y ver películas. Entonces envejeció muy rápido y como no quería ver y como no quería escuchar, se quedó toda la vida silbando boleros viejos que se había aprendido, y nunca volvió a escuchar y nunca volvió a ver nada. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario